Miguel Angel Herrera Zgaib, PhD.
Director
del Grupo Presidencialismo y Participación.
El diario
más influyente de Colombia, dedicó casi toda la sección A, y la
primera plana a las elecciones presidenciales del 19 de junio.
Tituló: Petro, primer presidente de izquierda en la historia de
Colombia. Cuando en verdad, lo que debiera haber dicho era “Petro,
primer presidente de la oposición en la historia de Colombia.”
En la
historia nacional, antes hubo la presidencia de hecho del general
José María Melo y las Sociedades Democráticas; una corriente de
opinión que fue sometida por la acción conjunta de las armas de un
primer frente bipartidista que sometió a los golpistas a los pocos
meses.
Ahora, a
pocos días del triunfo del Pacto Histórico que propuso un Frente
amplio para obtener el triunfo, se cocinan las alianzas necesarias,
por lo pronto partido Liberal y Alianza Verde para tener la mayoría
en el senado, presidida, es lo que se anticipa, por Roy Barreras, uno
de los estrategas en el triple triunfo conseguido por el proyecto que
comenzó llamándose Colombia Humana. Se baraja también el nombre
del joven David Racero, para ser presidente de la Cámara, quien fue
el coordinador del debate electoral en Bogotá, y parte del trío
conformado con Benedetti, Barreras que coronó el triunfo de la
oposición política.
Ellos
están encargados de orientar las fuerzas y garantizar los acuerdos
que rompan las trincheras y casamatas de la reacción y la derecha,
con las que se fortalecieron las ejecutorias retrógradas del último
gobierno del Centro Democrático que termina con la presidencia de
Iván Duque el próximo 7 de agosto. En esta misma semana se surtió,
durante una hora, la reunión entre Gustavo e Iván, y el viernes
arrancó en firme el trabajo de empalme con las respectivas
comisiones. Para la semana entrante está propuesta la reunión con
el líder principal del partido de la guerra, el ex senador Àlvaro
Uribe Vélez, quien aceptó ya reunirse con el nuevo presidente, muy
seguramente en Montería.
El
miércoles 29 estará conociendo también el país los lineamientos
generales del Informe definitivo de la Comisión de la Verdad que
ofrecerá cifras, argumentos y causalidades a la historia del
conflicto armado nacional, de la guerra vivida. Es el resultado del
trabajo encomendado por los firmantes de los acuerdos de paz, es
decir, el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc-Ep en presencia
de garantes internacionales, Venezuela, Cuba y Noruega.
En casi
simultánea coincidencia, la Fiscalía ha citado para el 2 de julio,
a los testigos principales en la causa criminal contra el
expresidente Álvaro Uribe Vélez, por actuaciones ilegales durante u
desempeño como gobernador del departamento de Antioquia, que fue la
cuna de las Convivir, base de la fuerza paramilitar que practicó la
excepcionalidad de hecho en el episodio más cruento de la guerra
social del bloque oligárquico gobernante contra la insurgencia
subalterna armada de las Farc-Ep cuyos orígenes arrancan de los
tiempos de la Violencia bipartidista.
Lecciones
de filosofía política y tránsito democrático.
El triunfo
del liberalismo progresista y socializante, liderado por Gustavo y
Francia, pone a Colombia como sociedad en el tránsito efectivo hacia
una democracia liberal en vías de consolidación, aunque permanezcan
los episodios de la confrontación armada con diferentes expresiones
de la insurgencia subalterna, en abierta rebeldía con los
incumplimientos de los acuerdos de paz, las disidencias de Gentil
Duarte, la Nueva Marquetalia que lidera Iván Márquez, y el Eln con
negociaciones de paz suspendidas por el orden del gobierno saliente.
Los negociadores de esta paz, los guerrilleros anclados bajo
protección internacional de la república socialista de Cuba,
permanecen hasta nueva orden, cuando el presidente entrante reanude
las negociaciones que deben arribar a buen puerto la paz completa.
Con este
panorama poselectoral tenemos a la vista el tránsito real hacia una
democracia representativa. Es decir, el paso de una relación
política amigo enemigo, heredada del siglo XIX. Extendida hasta el
absurdo, donde la guerra era una constante hasta el punto que la
vigencia de la Constitución de 1886 tuvo que imponerse también por
la fuerza de las armas; cruzadas entre la coalición de
moderados/conservadores nacionalistas y el radicalismo liberal con la
jefatura de Herrera y Uribe en la guerra de los mil días.
Bajo el
centinelato de un tercer poder, extranjero, el gobierno
estadounidense de Theodor Roosevelt que fue su garante. Dispuesto
como parte interesada en el desenlace provocado, con el cual obtener
a toda costa un paso entre los dos océanos, por la vía más
expedita, Panamá. Los antagonistas firmaron la paz en un barco de
guerra fondeado amenazante en las goteras del Istmo. Esa fue la
cosecha amarga del fin de la guerra, y los cientos de muertos en
ambos bandos con el hambre, despojo y muerte que produce toda
contienda armada.
Pero,
entonces Colombia tampoco hizo el tránsito a una política
consensuada, agonal entre los adversarios del país político, porque
lo que se impuso fue la hegemonía conservadora dominante contra los
liberales que fueron los derrotados. Después se sucedieron la
masacre de las bananeras, con los obreros en protesta contra las
condiciones leoninas de la United Fruit, y el intento insurreccional
del PRS, que preparó y reculó en la acción militar de los
bolcheviques del Líbano. Afectado por contraórdenes de la
Internacional, y, sobre todo, sin apoyo nacional con raíces firmes
en la masa campesina y el artesanado urbano.
La
frustración de la República Liberal
A la
postre, en todo caso, lo que sobrevino fue el paso al gobierno del
Estado nación en precaria construcción, de los representantes de la
República Liberal, cuya hegemonía se hundió luego de 17 años en
la elección presidencial del conservador Mariano Ospina que
perdieron divididos los liberales. Antes el partido Conservador optó
por oponerse desde las sombras, mientras preparaba la derrota del
sempiterno enemigo, prolongando así la política amigo/enemigo.
Ese estado
de cosas se extendió en el tiempo con el insuceso del 9 de abril de
1948, cuando fue asesinado el jefe único y candidato del liberalismo
para la elección presidencial siguiente. Eliminado el potencial
rival, el electo fue el conservador Laureano Gómez que no cesó en
la persecución del otro partido, lo cual se convirtió en antesala
de la guerra social de los de arriba contra los de abajo, cuando
desmontada la guerrilla liberal de resistencia en los Llanos, las
guerrillas de influencia comunista no entregaron armas y se
enmontaron para reanudar su vida campesina como autodefensas.
Se impuso
la paz del Frente Nacional, con la exclusión de las terceras
fuerzas. El socialismo que existía legalmente con la conducción de
Antonio García Nossa, votó contra el plebiscito, pero los
resultados con la incorporación del voto femenino impusieron la
arquitectura del régimen consociacional excluyente que se extendió
de 1958 hasta el cuarto presidente del Frente Nacional. Ahora la
política era contra el enemigo interno, la insurgencia subalterna
que resistía en las bautizadas como “repúblicas independientes”
para bombardearlas y liquidarlas.
No fue
posible derrotarlas, y las Autodefensas campesinas crecieron como
columnas de marcha orientada por cuadros comunistas. Esto convirtió
al PC de Colombia, después de su “purificación” del browderismo
en un partido singular porque llevaba una doble vida, legal e ilegal.
La lucha armada creció y decreció más de una vez, mientras se
expandió el escenario de la guerra social oligárquica contra el
pueblo en armas, de mayoritaria raigambre campesina, en vez de hacer
la reforma agraria. Las autodefensas que se llamaron Farc
garantizaron de hecho la posesión de las tierras baldías ocupadas,
más aquellos intentos graneados de reforma nacidos de la liquidación
de los resguardos coloniales, o como resultado de la parcelación de
las grandes haciendas cafeteras del interior que impulsó la tibia
Ley 100 de 1936.
La
posibilidad frustrada de una tregua
Durante el
Frente Nacional se gobernó las más de las veces bajo el estado de
sitio, y esta constante solo vino a desmontarse en parte con el
triunfo de la asamblea constituyente de 1991, que reguló todos los
estados de excepción con el interés de aclimatar por fin un régimen
democrático liberal. Que debía servir a la construcción de un
estado social de derecho, prometido en el cuerpo constitucional. Era
el fruto del compromiso de hacer que la igualdad fuera real y
efectiva, para desmontar el rosario de privilegios que atormentan al
país nacional.
Pero,
aquella constitución, al mismo tiempo consagró la apertura
neoliberal que borró brutalmente con el codo de la guerra el intento
de participación escrito con la mano de las tres fuerzas
principales, ganadoras del mayor número de delegatarios. Con esa
patente contradicción lo que se cosechó fue la prolongación del
estado de guerra con otra envoltura para el orangután. Sobrevino la
consiguiente degeneración democrática que transmutó en pocos años
al régimen neopresidencial en parapresidencial con el ejercicio de
la excepcionalidad, sin solución de continuidad.
En
resumen, continuó atascado el tránsito a una política liberal
adversarial donde se acepta la presencia de la oposición en el
gobierno, cuando triunfe electoralmente. Eso no fue así, antes del
91, con varios “magnicidios”. Después, con el asesinato del
candidato presidencial del M19, Carlos Pizarro LeónGómez. La
política del enemigo interno se siguió cultivando con el primero de
los presidentes posconstituyente que ordenó el bombardeo a La Uribe,
con la orden expedita de liquidar a aquella insurgencia en 18 meses.
Después
se mantuvieron las conversaciones con la oposición armada,
resistiendo y creciendo al lado de la floreciente industria del
narcotráfico, primero mediante impuesto a cultivadores y traquetos,
y luego involucrándose en la producción de los cultivos ilícitos
como empresarios ilegales. Los gobiernos sucesivos de la seguridad
democrática exitoso en conseguir el repliegue de la guerrilla más
poderosa se corrompieron en la guerra que negaron con insistencia de
dientes para afuera.
Hasta que
los episodios de descarada violación de los D.H., y la dantesca
operación de los falsos positivos abrió en el año 2008, la
urgencia de volver a la mesa de negociaciones de la paz. Así pasó
electo el gobierno de Juan Manuel Santos, el esquivo discípulo de la
seguridad democrática como fue uno de sus ministros de defensa
civiles.
Paz y
consagración de la política adversarial
La antesala
para aclimatar la nueva política adversarial, como la denomina la
filósofa belga Chantal Mouffe,# fue la firma de la paz con las
Farc-Ep, en noviembre de 2016. En las postrimerías del segundo
gobierno de Santos se aprobó después de muchos años el estatuto de
la oposición en 2017, y entró a aplicarse en las elecciones del
2018 con inocultables resultados. En términos de ingeniería
institucional se estableció un puente firme para hacer el tránsito
efectivo a una política adversarial.
Los
resultados no se dejaron esperar. El candidato de la Colombia Humana,
con el apoyo de la lista congresional de Decentes triplicó la
votación histórica de las fuerzas de la izquierda, cuando el
candidato del PDA, Carlos Gaviria superó los dos millones de votos.
La fórmula Petro/Robledo superó los ocho millones en la segunda
vuelta presidencial, con las sabidas alegaciones de fraude xel
perdedor, que le dieron el triunfo a su rival/adversario, Iván
Duque, por dos millones de votos. Porque fueron cosechados de modo
principal entre el electorado costeño, que había favorecido al
candidato Petro en la primera vuelta con parecidos guarismos.
Con todo,
la política adversarial funcionaba ya, y se hizo manifiesta con las
minorías en el Congreso, que construyeron a veces un bloque de
oposición que pudo impedir y denunciar actuaciones del ejecutivo y
la coalición mayoritaria.
Se
produjeron así las salidas de dos ministros, el de defensa, y por
último, Alberto Carrasquilla, de hacienda, quien pretendió imponer
una reforma tributaria regresiva. Fue resistido en las calles por una
ciudadanía en rebeldía y dispuesta a morir en la protesta. Tal es
la genealogía del “estallido social” colombiano que se produjo
en 2021, con el cual se determinó la agonía política del Centro
Democrático, que ya ni siquiera pudo mantener candidato propio para
el ciclo electoral del año 2022.
En esta
nueva coyuntura electoral, con el triunfo del Pacto Histórico en
número de senadores elegidos, y sobre todo, con el triunfo
presidencial, probó la importancia del estatuto de la oposición que
hizo posible las nuevas alianzas y ofreció, aunque de modo precario,
ciertas salvaguardias. Con esos arreglos institucionales que tardaron
tanto, por fin, tiene Colombia, las condiciones básicas para que se
haga el tránsito efectivo a un sistema político democrático
liberal representativo que permanecía congelado por el ejercicio
descarado de una política amigo-enemigo.
Después
del breve intento de un gobierno de oposición con el presidente
Virgilio Barco y el partido conservador, de corta duración. Ahora
asistimos a la experiencia de un real gobierno de oposición que El
Tiempo bautizó como gobierno de la izquierda, cuando, en realidad,
porque el propio presidente lo viene repitiendo por años, es un
gobierno progresista de signo liberal socializante, donde está
incorporado el conjunto de reivindicaciones que reclaman la igualdad
social, esto es la lucha contra la estructura de privilegios y
exclusiones que se mantuvieron y ampliaron por algo más de 200 años
de existencia de Colombia como república independiente.
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Profesora belga que fuera de Filosofía de la Universidad Nacional en
los años 70, y luego visitante en varias oportunidades al país, en
compañía de Ernesto Laclau, y luego sola, después del
fallecimiento de su partenaire en la difusión de la democracia
radical, a través del libro Hegemonía y estrategia socialista:
hacia una política democrática radical (1985). Fue su respuesta a
la bancarrota de la socialdemocracia europea, probada por el ascenso
de los neoCons con Margareth Thatcher y Ronald Reagan, y sus
seguidores en el mundo capitalista.